Si alguna vez has tenido que dejar el gluten —por celiaquía, intolerancia o decisión propia— sabrás que hay dos cosas especialmente difíciles de sustituir: el pan… y la pasta.
Si alguna vez has tenido que dejar el gluten —por celiaquía, intolerancia o decisión propia— sabrás que hay dos cosas especialmente difíciles de sustituir: el pan… y la pasta.
Tengo debilidad por las recetas versátiles, no puedo evitarlo. Porque no siempre tenemos la nevera o la despensa llenas, no siempre tenemos tiempo para cocinar recetas con muchos pasos o que requieran mucha dedicación y tampoco siempre tenemos ganas de estar en la cocina, de pie, preparando algo. Y cuando eso pasa, es un gustazo tener a mano una receta sencilla, rápida y que se adapta a los ingredientes que ya tienes en casa.
Ahora que estamos encadenando varios días de lluvia y el ambiente se ha vuelto más fresco… ¿inauguramos oficialmente la temporada de sopas y cremas calientes?
No te voy a mentir… he perdido la cuenta de las recetas dulces que he cocinado, ideado o probado y en todo este tiempo, mi favorita sin lugar a dudas sigue siendo la de Brownie.
Hay recetas que no necesitan presentación. Pero a mí me gusta dársela igualmente… sobre todo si me permiten versionarlas a mi manera.
El hummus tradicional es de esas preparaciones que llevo años haciendo en casa, en todas sus formas: al estilo tradicional, con remolacha… Y aunque la base siempre es la misma —legumbres, tahini y limón—, hay algo mágico en transformar un plato de toda la vida en algo distinto, sin que pierda su esencia.
Hay recetas que no necesitan presentación… pero merecen una historia. Y esta empieza, como muchas de las mejores cosas, con unos plátanos demasiado maduros y una tarde cualquiera en la que el cuerpo pide dulce, pero no azúcar por azúcar, sino algo con mimo, con sustancia… que siente bien y no sea una bomba para el estómago.
Cocinar es casi una meditación. Y con esta receta, se cumple al 100%.